lunes, octubre 09, 2006

58. PENELA



Si antes me invento lo de las ticsturas, antes cae por aquí un arquitecto enseñándonos su muestrario. Véase Alfonso Penela. Estaba muy liado en el trabajo, dijo, pero le invitaron a Logroño y…, eso no se podía dejar pasar. Claro que no, hombre, ¿para qué tienes esas fotos tan monas de tus edificios si no es para enseñar? La gente, sin embargo, lo entendió como un cumplido. Hay que ver qué cortés es la gente.

La conferencia se titulaba “Proyectar el Vacío” pero como es normal, no respondió a semejante oferta filosófica. El vacío, enseñaban en el bachiller, era algo que se hacía en una especie de esfera hueca hecha de dos partes, y aunque nunca se conseguía del todo, con hacer el vacío lo suficientemente bien ni dos caballos tirando de cada cáscara de la esfera conseguían abrirla. Así de poderoso era aquel vacío. En un breve momento de la conferencia, Penela hizo cierta alusión a algún vacío pero ni de lejos tenía aquella intensidad. Lo suyo eran metáforas leves de esas que dan un toquecito poético a la arquitectura en las revistas y las reuniones bien.

Pero no fueron las ticsturas caprichosas (véase en la foto, por ejemplo, como chirrían el sencillo orden estructural del techo y la sencillez geométrica del espacio del polideportivo con la ticstura de la fachada) ni la enorme distancia entre las metaforillas y los retos teóricos lo que más me llamó la atención, pues eso suele ser bastante habitual en los arquitectos que aspiran a ver publicadas sus obras y tener su puntito de luz en el firmamento de la Historia. Me sorprendió, que a pesar del habitual balbuceo con que los arquitectos nos expresamos en público, contaba su obra de una manera ordenada, efectista –sacando la imagen adecuada en el momento oportuno-, y con un tono ameno y nada soberbio (años luz de Mangado, Rojo o Consuegra, por poner a los tres últimos autores que han tenido aquí un bolo).

Ya se estaba ganando por ello mi afecto cuando a la tercera o cuarta obra me di cuenta que el truco consistía en contar que para cada edificio que había levantado siempre había hecho algún pequeño inventillo constructivo, preferentemente en “la piel”. Ese desviar la atención de lo general hacia el detalle material es un buen ardid, porque hace parecer artesano a quien nunca lo es ni lo podrá ser, y con eso se gana siempre uno el favor del público. La arquitectura puede incorporar invenciones o anécdotas, pero no debería aceptarse nunca que fuera contada desde ellas. Se acabó mi afecto.

Y lo mismo hizo con las posibles referencias: nada que ver con una corriente, un estilo, una poética, o una adscripción teórica. Cuando mencionó a Siza, fue porque puso una ventana en una casa para mirar el césped, algo en lo que por lo visto reparó alguna vez el maestro del Concepto, Concepto (ver LHDn6). Y cuando mentó a Niemeyer (¡ay! ¡con lo que acabamos de ver en Brasil!) fue para decir que él también quería curvar el hormigón para estar a la altura de las… sensuales curvas brasileñas.

Después de exponer una operación urbanística en una ladera de Vigo más o menos sensata (a excepción de una espantosa pieza central que pretendía singularizarla), acabó su conferencia con un elemental análisis de los problemas de Vigo (tan elemental que lo ha hecho hasta el turista más despistado que haya caído por allí antes de pasarse bajo el hotel Bahía a ponerse ciego de ostras y ribeiro), para meterse de lleno en el fango “conceptual” con dos propuestas así denominadas por él mismo, es decir, “conceptuales”, pero que en realidad no tenían nada de conceptual y sí mucho de deseo de hacer cosas grandes en su ciudad.

En fin, un bolo entretenido y en oferta de una pieza más de nuestro glorioso panorama arquitectónico nacional.