jueves, octubre 19, 2006

65. LA CIUDAD EN OBRAS


En los próximos días iré al COAR a ver la exposición de fotografías del concurso organizado en colaboración con ñfoto bajo el título LA CIUDAD EN OBRAS, y que por lo que leo y veo en la prensa de hoy, ha otorgado el premio no a una foto sino a un fotomontaje (???). Si algo interesante me motiva en la visita, lo comentaré aquí.

Pero desde la propia convocatoria del concurso ya me llamó la atención el título del mismo, pues bajo LA CIUDAD EN OBRAS, publiqué en el n 12 de la revista El Péndulo del Milenio, allá por el año 2001, un artículo que por su actualidad y sus previsiones me parece interesante releer, y que como es de difícil acceso, lo traigo a la red. Ya siento que sea más largo que lo que se estila en un blog, pero no creo que sea cosa de publicarlo por entregas. Sobre todo, porque luego escribí una segunda parte que seguramente traeré también aquí.
Decía así:


Seguro que ya se han dado cuenta Vds. de que estamos en obras. Si cogen el coche para salir de Logroño, ahí está otra vez levantada toda la circunvalación (y ya van tres veces por lo menos); si van al Ayuntamiento verán un gran agujero de tierra; si tratan de cruzar el Ebro tendrán que hacer malabarismos para evitar el Puente de Piedra cortado por uno de sus extremos; en la zona del Cuartel de Artillería todo está en obras desde hace años; hay varias calles cortadas peatonalizándose y las ya peatonalizadas tienen, un día sí y otro también, obras de reposición de las baldosas rotas a causa de los coches que aún pasan por ellas por muy peatonalizadas que estén; la vieja carretera a Madrid, que se había quedado como una calle urbana al desviar la N-111, la están rehaciendo como doble vía echando las tapias para atrás; seguramente su casa, o la de al lado, tiene un andamio en la fachada bajo el que da miedo pasar; seguramente también su calle, o la de al lado, estará levantada otra vez para meter el gas o cambiar el alcantarillado; el del piso de arriba está cambiando todos los azulejos y los albañiles no paran de picar las paredes desde hace una semana; la Concatedral está patas arriba desde hace meses, el campo de fútbol no se acaba nunca, y así sucesivamente.

Pero seguro también que Vds. se creen que esto de las obras es una molestia ocasional y que una vez acabadas las obras podremos volver a vivir la ciudad en paz. Seguro que se han hecho a la idea de que una vez que se acabe la presencia de camiones y barro y grúas y ruidos, las calles y circunvalaciones, la Concatedral y el Puente de Piedra, la casa del vecino y su propia calle, van a lucir con un largo y duradero esplendor donde vivir en paz el resto de sus días. Pues bien, nada más lejos de la verdad. Yo les digo que la paz no volverá nunca a la ciudad; yo les aseguro que de no cambiar mucho las cosas, las obras van a continuar en mayor número y cantidad y que las molestias se van a incrementar una y otra vez hasta alcanzar umbrales insospechados e insoportables. Y lo digo no como una apuesta o una chulería, no como una fe, un pronóstico, o una aventurada proposición, sino que lo digo con toda la fuerza y verdad de una razón: aquella que dice que el tinglado de obras de la ciudad, además de ser un gran negocio que da muchos millones de dividendos y hasta crea muchos miles de puestos de trabajo, tiene una cobertura ideológica prácticamente irrefutable que da también miles y miles de votos, a saber, que todas las obras se hacen para mejorar la ciudad, para aumentar su Calidad y abundar en el Progreso, para incrementar el Turismo y, en general, para el grandioso e imperecedero Futuro de la ciudad.

Pero vayamos por partes. La causa primera que mueve a las obras no son las propias obras, en el sentido de la dinámica y negocio que se genera con la construcción y destrucción de cosas sino que, como ha sido dicho y es sabido, es el mercado del suelo que subyace bajo los edificios de la ciudad el que mueve mayormente a las susodichas obras. La causa primera siempre es oculta pero a veces tenemos la suerte de que salga a la luz. El derribo ya consumado del Teatro Moderno, por ejemplo, lleva ofreciendo desde hace meses el espectáculo siempre hiriente pero edificante de la exhibición de la riqueza ante la miseria: el caserío que lo envuelve y los ojos que allí habitan siguen tan depauperados como siempre, pero el espléndido solar que anuncia el negocio de la construcción y de la explotación de los multicines que allí se erigirán, posee el inconfundible brillo del dinero (la causa primera) por mucha basura que los vecinos le echen encima. La imagen del viejo Teatro, que según sus derrotados defensores podía haberse puesto en marcha con poco más que una manita de pintura, se hubiera quedado anclada para siempre en el entorno y no hubiera participado, como ahora, del brillante Futuro del barrio.

En el borde noreste de la ciudad, allí donde se quedó estancado su crecimiento durante casi medio siglo y donde las primeras viviendas baratas del desarrollismo franquista se construyeron con las prisas y malos materiales de los buenos negocios, espera así mismo su turno el excelente solar de la plaza de Toros para ofrecerse a la ciudad con similar lustre y contraste. Después de la feria matea del 2000, aquella triste feria en que los aficionados se desentendieron del destino del edificio y del arte que allí se practica (pues no de otro modo puede entenderse la incalificable bronca al mejor torero que pasó por ella), el modesto coso de Fermín Alamo descuenta en silencio los días que le faltan para exhibir la belleza de un inmenso y provechoso solar ¡a dos minutos a pie del mismísimo Ayuntamiento de Logroño!.

Los ciudadanos no ven por lo general la belleza de los solares, por lo que es recomendable contemplarlos siempre en compañía de algún empresario de la construcción o de algún político que anhela ver su nombre ligado a la estupenda operación económica que en él se anuncia. Para educar esa mirada, nada más ejemplar que aquel solar llamado “de Lobete” o “de los pimientos”. Durante años y años todos vimos que ese solar no valía nada (no brillaba nada, o no valía un pimiento) porque era público y no cabía el negocio en él. Lo dejarían como parque, o pondrían unas Consejerías o qué se yo. Pero en cuanto entró un gobierno que cree que la Administración Pública es como un negocio y anunció que lo subastaba para el negocio de construir viviendas, el solar de Lobete brilló como una estrella supernova. Fue un flash breve pero ya inmemorial en la historia de la ciudad de Logroño.

Mucho más difícil es ver el potencial de negocio, y por tanto de generación de obras, de aquellos solares que todavía están construidos. Hace falta una educación especial de la vista y una iniciación. Debajo de la ciudad de calles, casas, árboles y escuelas que todos vemos, se esconde una verdadera mina de oro a ras de suelo. Y es el deseo humano de dar con ese oro el que en primera instancia sacude la ciudad como un terremoto levantándola en obras por uno y otro lado. Hay una ciudad física y una ciudad negocio. La primera es estática, la segunda dinámica. La ciudad física tiene su representación en las formas. La ciudad del negocio se materializa en las obras. Son dos mundos entremezclados no siempre compatibles en el que uno de ellos, eso es seguro, lleva todas las de ganar.

Pero hay más motores de obras que el del mercado oculto del suelo de la ciudad-negocio. Causas segundas o terceras, les podríamos llamar. Uno es la inmigración y el crecimiento demográfico y otro la movilidad humana en automóviles privados. Es curioso que en una cultura de la estadística con medios tan sofisticados de cálculo, nadie quiera hacer unos números sobre ambas materias. El número de inmigrantes admisible de una ciudad o la movilidad humana en automóviles privados no ha sido todavía calculado y da la sensación de que nadie quiere hacerlo porque ello supondría racionalizar las obras del crecimiento y del viario, y probablemente ello llevaría a disminuir el volumen de sus obras. Al no fijar las expectativas de población siempre se tiende a pensar que el crecimiento es ilimitado y que todo lo que se construye se ocupará (o por lo menos que se venderá).

Al no fijar el límite de la movilidad en automóviles privados todas las obras se quedan pronto pequeñas para absorber los nuevos incrementos, por lo que siempre hay que ampliarlas. Los historiadores del futuro no saldrán nunca de su asombro ante el dato de que el Plan General de Logroño del año 1984 planteaba que la ciudad de Logroño, por sus modestas dimensiones, era una ciudad destinada a no tener coches ni a sufrir sus problemas (!!!). Con cálculos y visiones de este tipo no es de extrañar que la circunvalación esté siempre en obras de ampliación y mejora.

La mina de oro del mercado del suelo, y la no previsión del crecimiento demográfico y del flujo de automóviles son causas muy entendibles de ese nuevo modelo urbano que vengo en llamar “la ciudad en obras”. Las causas teleológicas que anunciaba al comienzo de este artículo dan cobertura ideológica y sirven como excusa para pedir al vecindario que disculpen las molestias. De esas no voy a hablar porque prefiero remitir al interesado a los excelentes artículos de Agustín García Calvo recogidos en el nunca más apropiado título de “Avisos para el derrumbe” en editorial Lucina. Para acabar de definir la ciudad en obras es preciso hablar también de lo más elemental, esto es, de la edad de las ciudades, de lo viejo y de lo nuevo, de renovarse o morir, pero es tema largo y de mucha enjundia así que mejor será dejarlo para una nueva entrega.