martes, octubre 24, 2006

68. FERNANDO AMAT




El lunes 8 de octubre hubo en nuestra Escuela inauguración solemne del nuevo curso y del nuevo nivel educativo en el que han puesto provisionalmente al diseño. Vino el presidente de la comunidad a hacerse fotos para la prensa y Fernando Amat a dar la conferencia. No sé si el primero saludó al segundo, creo que no (al menos yo no lo vi), pero desde luego no se quedó a escucharle. Amat estuvo simpático; aclaró de entrada que él era un “botiguer” (tendero) y no un profesional del diseño, y encandiló a la audiencia con la modernización y el lanzamiento que él y su hermano hicieron de Vinçon, la tienda familiar. El comercio en nuestra ciudad es uno de los sectores más conservadores, retrógrados, faltos de ideas y reacios a la innovación, así que el relato de su experiencia fue sumamente refrescante y hasta esperanzador. Tratando de ponerse al nivel del acto se enredó luego en frases redondas, fórmulas simplonas, deseos teóricos, pequeñas gracias visuales y mucho powerpoint, pero por suerte no se alargó mucho. En el vinillo que siguió a la ceremonia se corrió la voz de que Amat quería ir por la tarde a ver las nuevas bodegas de Calatrava y Gerhy, pero como buenos funcionarios de la enseñanza todos teníamos ya algún compromiso en la recámara para la disculpa. Fue entonces cuando me acordé de la silla que le había hecho Carlos Riart para su casa en la Pedrera y de la satisfacción que siempre me ha producido contemplar aquel objeto, así que pensé que era muy injusto por mi parte no corresponder.

Comimos con moscas en las Escalerillas, decisión arriesgadísima por mi parte porque ese restaurante ha traspasado ya los niveles medios de tolerancia a la mugre, pero Amat lo aguantó bien y hasta incluso le hizo gracia. (El problema es que en estos casos nunca sabes qué es tolerancia o qué es cortesía). Llegando a los postres le felicité como catalán por el nuevo producto estrella que va a relanzar la alicaída imagen de aquella región (y que esperamos que llegue pronto por aquí), es decir, Ciutadans, pero puso mala cara y dijo no saber nada. Lástima, -pensé-, se me había olvidado que era un “botiguer”.

Mientras él hacía fotos a la bodega de Ysios, yo me escandalicé un rato mirando cómo se está destruyendo con las dichosas bodegas (sean de diseño o no) el hermoso paisaje que rodea a Laguardia. Me acordé que hace no más de diez años, en una visita a aquella zona con José Angel González Sainz, se maravillaba éste de la limpieza del paisaje. Ya no es el mismo.

En Elciego la visita tuvo una doble historia porque mientras Amat hacía fotos y se entusiasmaba con los brillos y colorines de las olas de las chapas de titanio, yo me encontré sin saberlo con el show que se estaba preparando para la inauguración real del día siguiente. La ertzaintza tenía detenido a un tipo por hacer fotos al edificio desde demasiado cerca, tipos siniestros rastreaban las cunetas con perros policías, vallas de cañizo intentaban ocultar la vista del edificio a los curiosos, y los jardineros iban y venían de sus furgonetas a la bodega con tiestos y demás verderío provisional. Al final la ertzaintza nos aconsejó que fuéramos a un par de miradores que hay desde el pueblo, y aceptamos encantados la sugerencia.

En el primero de los ellos intentamos pegar la hebra preguntando a los vecinos por una espantosa explanación recién hecha junto a la carretera, pero la respuesta fue otra pregunta: ¿no serán Vds policías secretas, no? El mismo tipo se respondió a sí mismo diciendo que tanto le daba, pues si éramos secretas de verdad en ningún caso lo iba a saber y nos aclaró que la explanada en cuestión era una pista recién hecha para el aterrizaje de los helicópteros del rey. A Amat le hizo mucha gracia que nos confundieran con polis: “cuando se lo cuente a mis hijas se van a reír un montón”. Varias veces me preguntó qué opinaba yo del Gehry que estábamos viendo pero entonces, cosa poco habitual en mí, me salió también la vena de botiguer.

Cuando regresamos a Logroño hacía tan buena tarde que me dio pena dejarle solo en su hotel, así que llamé a Rosalía para dar un paseo y tomarnos juntos un helado. Visitamos ya de noche la Gran Vía que acababa de estrenar esas lucecitas del suelo con las que parece una pista de aterrizaje e hicimos unas risas y unos lamentos sobre su diseño. Para cumplir con el rito de todo anfitrión riojano le regalé tres botellas de vino, de las que dos se rompieron sobre el granito del Espolón por el mal cierre de la caja de cartón. Y finalmente, nos despedimos, claro está, deseándonos lo mejor.

Siempre me sorprende que los personajes importantes sean tan elementales cuando ejercen de turistas. Se ve que el turismo nos iguala a todos, y por lo bajo. Por eso, aunque la conferencia no estuvo mal y pasé una agradable tarde en su compañía, creo que voy a seguir recordando a Fernando Amat por la silla que le diseñó Carles Riart.