jueves, noviembre 02, 2006

74. LETRAS Y ARQUITECTURA



“La carta se ha publicado en una nueva revista de la editorial Castalia, la Revista de Erudición y Crítica, la cual, y a pesar de su título, es de interesante lectura. A su director, Pablo Jauralde, además de darle la bienvenida, le pediría un favor: menos imaginación tipográfica. Dado el carácter de la publicación, cuanta más sobriedad, mejor. No lo digo yo, lo decía Hölderlin: la virtud propia de Occidente es la sobriedad, en contraste con el dionisismo oriental”.

El 23 de octubre publicaba Félix de Azúa en “El boomeran” fragmentos de una interesante carta de Antonio Machado sobre Cataluña que había encontrado en una publicación de nueva creación llamada “Revista de Erudición y Crítica”, a la que le aconsejaba discreción tipográfica. Sólo he podido ver la portada de “REC” en internet pero ya me hago una idea. En materia de escritura seria, es decir, no destinada al negocio editorial, es contraproducente que el juego con las formas y composiciones de las letras nos distraiga de sus contenidos. En ese sentido, hace ya muchos años que las revistas de arquitectura dejaron de ser serias. Desde que Enric Satué le diera al CAU de Barcelona allá por los años setenta del pasado siglo un potente barniz de diseño gráfico, todo ha sido en ellas alegría visual (y pobreza intelectual). Nunca me extrañó por tanto que mis compañeros criticaran a Elhall por su austeridad gráfica y que metieran la incómoda Arial para los textos, cambiaran a papel satinado, o bailaran las fotos y los blancos en cuanto yo dejaba (o me echaban de) la dirección.
Los arquitectos somos unos grandes ignorantes en materia de diseño de letras. Que yo sepa, en los cinco años de mi carrera de arquitectura no hubo ni un sólo profesor que transmitiera en clase el mínimo interés por la configuración de las letras y de los rótulos.

Tuve la suerte de compartir estudio con el diseñador gráfico Jorge Elías en los primeros años de trabajo como arquitecto en Logroño, y de ese modo, empezar a arreglar ese importante vacío cultural en mi formación. Mi derrotero profesional posterior como profesor en Artes y Oficios me puso obligatoriamente en contacto con el mundo de las caligrafías, la rotulación, las tipografías, los logotipos y el cartelismo, así que en unos pocos años sabía ya tanto como un profesional del ramo. Mis clases de Fundamentos de Diseño empezaban con una fuerte dosis de ejercicios en estas materias, por lo que pude experimentar ampliamente en sus procesos y métodos de creación.
El otro día apareció por la Escuela la diseñadora de tipografías Laura Meseguer y me quedé impresionado con lo que contó sobre un selecto “master” en La Haya al que había ido a aprender y reciclarse profesionalmente: hacían ejercicios muy similares a los que había puesto yo en mi clase durante los últimos quince años.

Viendo mi incipiente afición al estudio de las letras, en una de esas reestructuraciones de materias que se suelen hacer en los centros de enseñanza, me hicieron la proposición de pasarme al diseño gráfico, pero me lo pensé muy bien, y viendo que en general es un mundo mucho más limitado que el de la arquitectura, regresé a mi territorio.

La conferencia de Laura, no obstante, coincidió con el día en que escribí sobre la columna (v LHDn70) y comparando los esfuerzos de esta diseñadora por dar forma a las letras de su estupenda tipografía “rumba” (arriba en la foto) con la dejadez de nuestro tiempo en el diseño de la pieza arquitectónica por excelencia, es decir, la columna, me quedé muy pensativo. Sobre todo, porque para definir ese esfuerzo ella lo comparó con el trabajo escultórico, es decir, ese oficio (o arte) a mitad de camino entre lo bidimensional y lo arquitectónico. Si los arquitectos trabajáramos nuestras columnas -pensé- como los diseñadores de tipografías sus letras, otro gallo nos cantaría.

Los arquitectos, -decía-, han abrazado el diseño gráfico en sus revistas. Aunque también algunos, muy pocos, se han percatado de que las letras (y sus derivados, los logotipos y las marcas) son en la actualidad los signos más potentes de nuestra cultura visual. La decoración simbólica de un edificio pasa en nuestros días por el uso y colocación de letras. Pero la falta de entendimiento entre arquitectura y decoración hace que los más atrevidos, como por ejemplo Moneo, las pongan en sus edificios de un modo burdo o exagerado – véase si no la pesantez del rótulo en la entrada del edificio de la Maternidad de Madrid. La mayoría, sin embargo, aún les tienen bastante miedo y sólo se atreven a colocarlas en los cristales tratados al ácido de las plantas bajas y entradas, con lo que han acabado por crear un tic de moda bastante tontito y extendido. En uno de los pocos edificios que yo construí y que por fortuna ya han tirado, el detalle que más satisfacción me produjo fue el de las letras que puse en la fachada. Pero eso ya lo contaré otro día.