lunes, noviembre 06, 2006

76. LA CASA DE NIEMEYER EN SAO CONRADO (RIO DE JANEIRO)




Millonario y comunista, rebelde y triunfador no son cualidades que puedan decirse a la vez de un hombre coherente. Con sólo eso, uno tiene ya buenas razones para prevenirse de Oscar Niemeyer. Su omnipresencia en el panorama arquitectónico brasileño a lo largo de la segunda mitad del siglo XX es tan abrumadora que por todas partes parece haber alguna obra o influencia suya. Y eso que “se exilió” a Europa un par de décadas, que si no…

Poco antes de ir a Brasil leí algunas monografías sobre su vida y obra, y me quedé escandalizado del tono laudatorio de todas ellas. Ni la Virgen de Pilar recibe tantas flores.

Lo primero que vimos en Río de Janeiro fue el famosísimo Ministerio de Educación, edificio muy decepcionante si se ha visitado antes cualquier obra de Le Corbusier. Como su visita no suscitaba emoción alguna, di en pensar, sin embargo, en lo listos que habían sido Costa y Niemeyer con la invitación que le hicieron al gran publicista de la arquitectura moderna en Europa. Fue una estrategia de éxito perfecta. La evolución del proyecto del edificio, expuesta en un panel de la entreplanta, raya en lo ridículo: Le Corbu hizo sus bocetos para otro lugar, los ayudantes brasileños retocaron aquí o allá; luego Le Corbu envió por correo otro croquis de los suyos; dos dibujillos más de la idea por parte de los jóvenes aspirantes al triunfo, y de ahí, al resultado final. Como para emocionar…

La segunda etapa Niemeyer en nuestra programación era su casa. En los viajes de arquitectura que he organizado, las visitas a casas famosas siempre han sido objetivos de riesgo pues no es fácil entender bien una casa convertida en museo de sí misma o sentir los espacios domésticos en una visita de grupo. Sin embargo, a la casa que se construyó Niemeyer en 1951, arriba de la ensenada de Sao Conrado, fui sin temor alguno pues por las fotografías que había visto de ella parecía ese tipo de lugar epatante que un arquitecto se hace para impresionar a las visitas.

La estrada das Canoas, donde está situada, es una carretera de hormigón que trepa desde la playa de Sao Conrado hacia las cumbres de los impresionantes “morros” que la envuelven y que al poco de adentrarse en el monte ofrece una extraña mezcla de tupida jungla tropical y casas de lujo colgadas de las laderas. Ante ese panorama y cuando todo apuntaba al perfecto cumplimiento de la idea preconcebida, la casa me sorprendió gratamente por lo humano de su escala. Supongo que el efecto tuvo que ver con la grandiosidad del paisaje, su accidentada topografía o la impenetrable vecindad, pero el caso es que ese sencillo plano horizontal que te recibe tras tanta cuesta, y ese alabeado forjado que cubre una sencilla planta baja situada entre un pequeño estanque y las infinitas vistas al mar, son un auténtico refugio humano, o si se quiere, un pequeño oasis de arquitectura en la selva.

Mientras que la mayoría de las curvas de la arquitectura de Niemeyer son puro manierismo formalista, el alabeo de su casa resulta de lo más sencillo y natural. La explicación es así de fácil: imagínese allí lo contrario, es decir, una casa miesiana de geometrías ortogonales; sería horrible.

Bastante impacto causa ya ese plano horizontal en tan abrupto paisaje como para continuarlo en la casa con más líneas rectas. Además de su ajustada escala, la gracia de la casa de Niemeyer consiste en que retoma, o retorna, a las curvaturas del paisaje justo después de haberse separado de él mediante ese sorprendente plano horizontal del acceso.

Desde la planta baja de la recepción (más estar, cocina y terrazas) una escalera semitallada en la roca conduce a una planta sótano poco brillante, pues estando en ladera no tiene razón de ser tan tenebrosa. Pero en fin, eso es secundario. O se puede perdonar. Allá el usuario si se quiere meter en una cueva. Lo importante es lo de arriba.

Me alegra mucho equivocarme si a cambio consigo que la arquitectura me emocione. Y ese fue el caso de la visita a la casa de Niemeyer. Sin embargo he de decir que a la hora de buscar una foto de entre las muchas que allí hice para ilustrar este pequeño apunte, me ha vuelto a asaltar la duda sobre la escala. En casi todas las fotos que tomé y que ahora contemplo, me vuelve a parecer tan grande y epatante como la había imaginado antes de ir. O me engañan ahora las fotos, o me engañó allí la alegría de un buen día de viaje. Por eso he puesto dos muy parecidas pero con una perspectiva distinta. Espero que con ellas se entienda bien mi duda.