jueves, noviembre 16, 2006

84. MUROS



Mientras estaba recopilando material para un clase sobre el “muro” encontré el otro día en la red un excelente artículo titulado “muros y lamentaciones” cuyo enfoque poco tiene que ver con los aspectos constructivos o expresivos a los que uno puede referirse en la clase de Elementos de Composición, pero cuya lectura me parece muy recomendable para ampliar nuestra estrecha perspectiva arquitectónica. O incluso, para entender que también todos esos muros de las lamentaciones son arquitecturas sometidas a nuestra consideración. Está en http://www.lacoctelera.com/elquiciodelamancebia/post/2006/11/09/muros-y-lamentaciones-

“Los muros siempre fueron odiosos…”, frase con que comienza dicho artículo no es muy feliz, y el anónimo articulista parece escribir todo que lo sigue para reparar tan lamentable comienzo. Pero los apaños que hace son de índole funcional, es decir, mentando los beneficios que todo muro reporta; o ético, denunciando la hipocresía de los que denuncian los muros de los demás mientras construyen los suyos. Los muros crean a la vez que separan y protegen a la vez que dividen, así que cuestionarlos es como darse de cabeza contra un muro -y nunca mejor dicho. El problema está en cómo diseñarlos, o aún más, en cómo decorarlos.

Se odia a ciertos muros porque nos dejan afuera, porque son feos, porque son muy grandes y porque pudieran expresar la maldad de quienes los levantan. Pero también hay muros muy felices. En los apuntes de las primeras clases que dio Moneo en la Escuela de Barcelona, allá por el invierno de 1972, guardo preciosos recuerdos de muros. Los que envolvían la iglesita de San Cebrián de Mazote, por ejemplo, que el profesor traía a colación para que entendiéramos mejor esos otros muros modernos de la Casa Winkler de Wright o de la casa de la exposición de Berlín de 1931 de Mies van der Rohe, que salen de su interior para trabarlas con la naturaleza exterior como si se tratara de las amarras de un barco. O esos otros muros del pabellón de Barcelona que parecen estar bailando suelto con los pilares y el techo para crear (y no definir) unos espacios que no quieren ser ni exteriores ni interiores.

Seguramente fueron los últimos muros bonitos. El propio Moneo vaticinaba ya en aquellas clases que la arquitectura muraria estaba en trance de desaparición y que el único futuro que le veía al muro era en la arquitectura industrial. (En mis apuntes hay una anotación a lápiz sobre esta frase aludiendo a la fábrica de transformadores Driesde de Zaragoza, una de las primeras, mejores y más desconocidas obras de este dudoso arquitecto que juega a estar en el star sistem y a que digan que él no, que él no).

Ante el agotamiento moderno por reinventar muros y espacios -como hicieron los neoplasticistas-, o por hacerlos expresivos a partir de su construcción –como en la antigüedad-, o simplemente por decorarlos -esa actividad proscrita por los bien-pensantes del progreso-, los muros empezaron a dar vergüenza y se hicieron transparentes; pero muros y al fin y al cabo. Se usó el eufemismo de llamarlos “cortina” como a aquel famoso “telón de acero”, pero ni por esas. Seguían siendo muros. ¡Y qué muros! Dejaban ver, pero no dejaban ni respirar. Convirtieron al mundo en mirón y llevaron a decir ¡ay! que los opacos eran odiosos.

Pero los muros de cristal no han sido los últimos. Al anónimo autor del artículo que menciono para abrir esta nota, le dejé un post diciéndole que ese gigantesco foro de “comunicación” llamado internet está construido sobre los muros que levantan todos aquellos que escriben ocultando su nombre. Si dicen que lo importante es la opinión, y para darla no encuentran barreras gracias a la ocultación de su nombre ¿cómo es que les importan tanto los muros de hormigón?

Ese muro que impide ver al opinante (ese muro que convierte al hombre en insustancial opinión) me recuerda a otros muros urbanos que también he odiado mucho: fueron los que se hicieron en nuestras calles cuando se empezaron a quitar los nombres en los porteros automáticos. Convirtieron a los vecinos en simples ocupantes.

Ya ven: si se busca entre los que pueden verse, hay muros muy bonitos e interesantes; y si se busca entre los odiosos, muchos más muros que los que se ven.