lunes, noviembre 20, 2006

86. RIO EBRO






Pena de río Ebro. Dicen los periódicos estos meses que está sufriendo una invasión de mejillones cebras, pero nadie hace ni caso. Ahí abajo, en el fango de ese líquido oscuro ya da igual lo que haya. Hace unos años propuse a modo de broma que el mejor proyecto urbanístico para Logroño sería cubrir esa cloaca. Hoy ya no es una broma, sino una realidad. Y mucho más barata, al parecer, que el enterramiento del ferrocarril.

Cuarenta años atrás no había ni una sola depuradora de aguas para los vertidos de las ciudades e industrias al Ebro, y sin embargo, todos nos sentábamos a contemplar el río, remábamos plácidamente en su cauce y nos bañábamos en su interior. Ahora hay leyes estrictas de vertidos y depuradoras en todo el recorrido y sin embargo, sus aguas bajan más sucias que nunca, y por supuesto, nadie se atrevería a bañarse en ellas. Ya no hay barcas de alquiler y ni tan siquiera se les ve a los remeros deportivos. Y para contemplarlo de cerca hay que entrar con machete hasta la orilla. Por mucho que me esfuerce no logro entenderlo.

Lo que sí entiendo, porque es pura dejadez y ausencia de arquitectura, es el deterioro de las márgenes del río a su paso por Logroño. Y me pregunto si esa dejadez es la causa de todo lo demás. Si la arquitectura, o mejor dicho, su ausencia, puede tener tanta culpa en la pena de río Ebro que tenemos.
Las fotografías que muestro aquí son tan elocuentes que casi sobra cualquier comentario. La zona del embarcadero de la Guillerma no era más que un limpio sendero y una mínima dársena de hormigón para el atraque de las barcas. Con sólo eso llegó a ser un lugar entrañable. Por encima del terraplén había fincas particulares. Expropiadas todas ellas y convertidas en el Parque del Cubo, el embarcadero de la Guillerma es ahora un estercolero situado entre el borde del césped del parque y la orilla del río.

El diseño, la arquitectura, está en los bordes, en los encuentros. Y por eso hablo de su ausencia. Todos los parques que se han hecho en los últimos años junto al Ebro se han olvidado por completo de tratar la orilla. La han ignorado. Y esos bordes están hoy cubiertos de maleza.

El caso más triste es el de la chopera que llegó a llamarse “la playa del Ebro”, en donde, para poner un poco de orden al intensivo uso que se hacía del río para los baños de verano, se llegaron a construir unas grandes piscinas que aprovechaban el azud del Ebro chiquito y que tenían por agua las del propio río sin depuración alguna. La fotografía que se muestra arriba refleja el momento en que los logroñeses no dejaban de bañarse en el río ni durante las obras de construcción de las piscinas. Años después se trataron sus aguas como las de cualquier piscina, y el color azul que muestran en las postales de la época empezó a contrastar con el tono verdoso de las aguas del río. Pero aún con todo, el río seguía ahí, abierto al contacto con los bañistas y la chopera. Finalmente se hizo el conjunto de piscinas de Las Norias (dando la espalda al río vecino en todo su larguísimo límite) y se demolieron las de la “playa” urbanizando la chopera. En la actualidad, apenas se puede ver el río desde el paseo de borde de ese espacio urbanizado. La playa se llamaba…

Y por no hablar de las orillas de la llamada “zona inundable” o por el deterioro del sendero que iba junto a la hípica, o por el distanciamiento y ausencia de senda junto al agua en todo el parque de la Ribera, o por el olvido total de todo el espacio del siniestro pozo cubillas.

El único punto en el que el río y la ciudad se encuentran de una manera civilizada sigue siendo el muro que se construyó en 1910 para el matadero de reses y que felizmente se recuperó como parquecito de la Casa de las Ciencias. El otro muro, el que se hizo en San Francisco por debajo del Tanatorio es para correr y no parar, -que es lo que hacemos la mayoría de los actuales usuarios de los bordes del Ebro.

Pobre río Ebro. Ni tiene aquellos hermosos y melancólicos versos del Duero (nadie a acompañarte baja…), ni se le cantan ya alegres jotas. En esta ciudad sólo tratamos con él los sufridos (y medio locos) corredores de fondo.