miércoles, noviembre 22, 2006

88. CUANDO LAS CASAS CRECÍAN



Después de la crítica al libro de Albert Casals por el abuso de la metáfora médica en su libro “La Arquitectura Enferma” (LHDn83), más de uno se reiría por el artículo que colgué ayer, plagadito de metáforas biológicas y quirúrgicas. Valga también la crítica para mí, y excusas sean pedidas por volver a ello en el de hoy.

Pero el caso es que desde que empecé a estudiar los expedientes municipales de construcción de casas en Logroño tenía en la cabeza el título de este LHD y pensé que le podría quedar bien una introducción metafórica como la del artículo de ayer. Y es que hubo un tiempo en que los edificios, como los adolescentes, crecían en altura.

Desde comienzos de siglo hasta los años sesenta, un gran número de casas ya construidas vieron como se desmontaban sus tejados para echarse encima uno, dos, y hasta tres pisos más. Y aún en los ochenta recuerdo algún caso, como aquel proyecto de Enrique Aranzubía en la esquina de Santos Ascarza que publicaron en el número 4 de la revista Aldaba.

En la ciudad que crece en extensión este fenómeno parece ya impensable, o por lo menos difícil de imaginar: pienso en la casa en la que vivo por ejemplo, y no concibo que pueda crecer dos pisos más y que aumente en ocho vecinos. O mejor dicho, se me ponen los pelos de punta con sólo pensar en las obras y en el peso que nos caería encima. Sin embargo, eso ocurrió no en una sino en cientos de casas de Logroño, y seguramente de toda España.

El fenómeno puede aún verse en los países así llamados “en vías de desarrollo”. Tengo de Marruecos o de México un buen número de fotos en que las casas aparecen coronadas (erizadas) con las armaduras de espera de los pilares, aguardando a que el crecimiento familiar o el dinero dé para la elevación de nuevos pisos. Cuando siguiendo a Grassi, Manuel Iñiguez acuñó entre nosotros el concepto de la “arquitectura abierta al tiempo” (v rev Archipiélago 34, 35 “Tiempo y sitio como materiales del proyecto”) no pensaba en este tipo de edificios, pero lo cierto es que ninguno los puede superar. Las cultas imágenes producidas por Schinkel o Aalto no dejan de ser muchas veces escenografías de una evolución temporal que en las casas de los países pobres es una cruda realidad.

El resultado de toda esta divagación es que nunca sabremos bien si “la arquitectura abierta al tiempo” está más cerca de la “ciudad en obras” o de la “ciudad sin obras”. Volveré al tema otro día (sobre todo para explicarlo un poco más a quien le venga de nuevo).

Abierta o no al tiempo, el crecimiento de las casas de Logroño durante la primera mitad del siglo veinte parece más bien consecuencia de las presiones especulativas de los propietarios de los inmuebles y de las chapuzas administrativas relativas a las ordenanzas y a su interpretación. Para compensar la incapacidad en hacer calles, cada reforma de ordenanzas levantaba la talla media del caserío, y todos contentos. O mejor dicho, toda la ciudad en obras. Porque para hacer crecer un edificio hacia arriba, hay que ver el lío que se tiene que preparar. Y a veces ¡con los inquilinos dentro!, o mejor dicho, debajo.

Al nivel de resultados hay de todo: casas en las que no se nota nada que han crecido, o arquitectos muy sinceros ellos que dejan bien claro la diferencia entre lo anterior y su aportación. Puestos a ilustrar el fenómeno y como no acertaba a elegir, me acordé de un divertido caso (casa) en el que el propio fenómeno del crecimiento sirve de inspiración al arquitecto.

Al pedir los expedientes del número 4 de la calle Muro de Cervantes pensé que se trataba, una vez más, de una casa en crecimiento tan habitual en la zona, e incluso de doble crecimiento, porque seguramente el ático podría haber sido un segundo añadido a los dos pisos ya recrecidos. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando al revisar los planos y la memoria del proyecto, comprobé que la casa era enteramente de nueva planta y precedida de un completo derribo de la anterior. Fue en 1931, el arquitecto, nuestro inefable Fermín Alamo, y el propietario, Angel Pascual Arruza.

Inspirada por tanto en la “apertura al tiempo” o haciendo uso del tiempo “como material del proyecto”, en nuestro pobre panorama arquitectónico no puede dejar de ser considerada como una pieza singular.