lunes, junio 05, 2006

23. A LA TERCERA...




La primera vez que visité los edificios de Aldo Rossi y Carlo Aymonino en el barrio Galleratese de Milán fue en 1979. Me costó encontrarlos en el extrarradio noroeste de la ciudad, y no me fue fácil llegar hasta ellos por entre descampados y pequeñas carreteras suburbanas. Pero una vez allí me olvidé del destartalado entorno y rendí culto a esa renovada arquitectura blanca de repeticiones indefinidas y a los escultóricos efectos de los complicados bloques marrones que la rodeaban. Eran edificios muy jóvenes pero ya estaban ubicados en todas las Historias de la Arquitectura pues sus autores las habían edificado sobre sesudos estudios acerca de las tipologías arquitectónicas y las morfologías urbanas (Rossi, La Arquitectura de la Ciudad) o documentados estudios sobre el urbanismo contemporáneo (Aymonino, Origen y desarrollo de la ciudad moderna).

Veintitantos años después, en la visita que hicimos en el Viaje COAR a Milán y Nápoles, un autobús con chófer local nos dejó en la misma puerta sin esfuerzo alguno de localización por nuestra parte, y aunque me percaté de que el entorno ya estaba construido, mi atención se centró en el problema de la entrada. Los dos bloques estaban ferreamente vallados y en el acceso de coches y vehículos había una garita con un portero y un cartelito que decía que no se permitía el paso a “stranieri”. Gracias a que unos alumnos de arquitectura del Politécnico de Milán habían colgado unos paneles sobre problemas de los barrios, conseguimos pasar sin mayor dificultad, olvidarnos del barrio y del problema del acceso, y sumergirnos colectivamente en el mismo culto al neorracionalismo rossiano y a la pre-postmodernidad aymoninesca. Como anécdota de aquella visita cabe recordar que el calendario del COAR del año siguiente se hizo a partir de una foto obtenida en uno de los porches de colorines del edificio de Aymonino que acababa de repintarse.

A la tercera, al fin, fue la vencida. Los cinco profesores y una alumna de la Escuela de Arte y Diseño de Logroño que nos llegamos hasta allí el miércoles de la semana pasada, tratamos de hacernos los despistados cruzando la misma puerta del cartelito de la otra vez, pero el portero nos echó para atrás con cajas destempladas por invadir una propiedad privada y... por maleducados. Lo intentamos nuevamente (esta vez con toda la educación del mundo) por la puerta que hay en el lado opuesto, pero el otro portero fue igual de inflexible y tajante: para poder entrar a los espacios intermedios de los bloques de Rossi y Aymonino hace falta un permiso especial de la Gestoría que administra la propiedad, -cosa muy complicada de conseguir cuando se está de viaje.

Imposible de penetrar en su interior, dimos una larga vuelta a la gran parcela de los famosos bloques, y mientras mis compañeros de viaje rumiaban la decepción de la visita caminando por los desolados espacios de aparcamientos y parterres de los bloques vecinos (desolados pero más amables que los famosos, pues al fin ya al cabo no nos cerraban el paso) yo iba, sin embargo, entrando poco a poco en la euforia del descubrimiento de un nuevo fiasco arquitectónico. Cegado por el culto a las formas que predican las Revistas de la Moda y las Historias de la Arquitectura, no me había dado cuenta en las visitas anteriores que los edificios de Rossi y Aymonino eran las piezas más ensimismadas de la zona y las más incapaces de relacionarse con otras, es decir, las más negativas haciendo ciudad. Con decir (o repetir) que las feas torres del entorno y sus destartalados espacios intermedios nos eran más amables, creo que ya está dicho todo.

Al alejarnos del lugar hice las dos fotos con que ilustro esta nota y pensé que cuando la redactara le iba a poner el título de una película que no he visto pero que acaso podría encajar con mi descubrimiento: “Vaya par de idiotas”: Saber tanto sobre la arquitectura y sobre la ciudad y hacer una cosa así es como para dudar de su inteligencia.

Pero me pareció un título un poco fuerte y hasta injusto. Quizás lo que buscaban con su trabajo era entrar en esas Historias de la Arquitectura de nuestro tiempo a las que la ciudad les trae sin cuidado. Y en eso sí que fueron listos.