viernes, septiembre 01, 2006

41. KREUZBERG





Cuando fuimos a Berlín con el COAR en el 95, visitamos la esquina oriental del Kreuzberg por aquello de ver la casa de Siza (Bon Jour Tristesse), cenamos en un restaurante con gente rarita (no hace mucho que alguien me recordó con regocijo la cara de preocupación de la mujer de Victoriano en aquella cena) y nos metimos en un garito atestado de gente, donde pudimos oír la música de un grupo armenio y disfrutar de un ambiente de… eso que luego se ha dado en llamar “multiétnico”. Instalados en hoteles del Mitte próximos a los grandes lugares de la historia de Berlín, los turistas se solían adentrar en el Kreuzberg por la curiosidad de ver a miles de turcos instalados en occidente o por vivir noches alegres en un ambiente más o menos contracultural pues, en efecto, durante los años más duros de la guerra fría, cuando Berlín Oeste era una isla en el océano comunista, el gran barrio sur de la clase media berlinesa (cuyas casas darían sin duda millares de hombres al nazismo durante los años treinta) se repobló con una gran oleada de inmigración procedente de Turquía y no pocos grupos y comunas de “hippies” alemanes.

Con aquellos recuerdos y el acicate de algunos alumnos de la Escuela de Arte que buscaban noches alegres en Berlín, volví a visitar el barrio en compañía de Javier Dulín y Javier de Blas, pero caminamos calles y calles sin apenas encontrar mayor diversión y alicientes. Pensé que con la dinámica de los últimos quince años el ambiente se habría apagado bastante, y que el famoso barrio berlinés pasaba por momentos más bajos.

La suerte ha querido que el intercambio de casas con que suelo organizar mis vacaciones estivales me haya llevado este verano justamente a una casa del corazón del Kreuzberg, de modo que he vivido quince días inmerso en sus calles y me he podido formar una idea mucho más clara de su especial idiosincrasia.

Lo primero que hay que decir es que el Kreuzberg es muy grande, así que si no se va a algún tramo concreto del mismo, lo más fácil es perderse por entre calles más o menos anodinas. En caso contrario te puede pasar como… si buscando el ambiente de la calle Laurel empezaras por Cascajos.

Lo segundo que allí se ha demostrado es que la integración multirracial y multicultural es un mito de los políticos progres más tontos y los periodistas más perversos. Cuarenta años de convivencia entre los inmigrantes del país del tercer mundo que se reclama más europeo y la clase de gente más tolerante surgida de las revoluciones sociales de los sesenta y, como nuestros amigos intercambiadores nos dijeron (y nosotros comprobamos día a día) a lo que más que se ha llegado es a una tranquila coexistencia en paralelo. Los turcos hacen su vida, tienen sus bares, controlan permanentemente las calles desde las puertas de sus negocios (como en su país de origen) pero no se mezclan con los alternativos alemanes (o con el buen número de gentes venidas de toda Europa que pueblan el barrio), y muchos de ellos ni siquiera aprender a hablar alemán. Por su parte, la mayoría “verde” en que se ha transformado aquella fauna hippie, va en bici de un lado para otro, trabajan, tienen más hijos de lo que uno se pudiera imaginar, beben y fuman sin pudor en los tranquilos y baratos bares del barrio (casi siempre puestos sin lujo alguno pero con muy buen gusto), y hablan y hablan entre si en voz baja en lo que parecen siempre conversaciones muy interesantes.

Un misterio que no he logrado descifrar (porque de cuentas urbanísticas ando bastante pez) es que, con la alta densidad edificatoria que el barrio tiene, siempre encuentras sitio para aparcar en tu misma manzana. Ya me di cuenta que era agosto, pero la gente me aseguró que allí el agosto no es como en nuestras ciudades y que durante todo el año hay el mismo flujo de tráfico de coches y la misma disponibilidad de aparcamiento.

Quien vaya a Berlín y busque nuestra “marcha”, que no vaya al Kreuzberg sino y otras zonas nuevas del Berlín Este recobrado. El viejo Kreuzberg, cuyo caserío sobrevivió bastante bien a la debacle del 45 (y de ahí que a mí me evoque aún a las familias de clase media que nutrieron el nazismo), es hoy un barrio tranquilo, un laboratorio urbano donde aún cabe seguir estudiando cómo evolucionan los grupos sociales que lo pueblan, y…, un lugar muy agradable para pasar quince días de verano.