viernes, septiembre 08, 2006

46. BRETON 23



El 6 de septiembre, un periodista de La Rioja que firma como E.E. daba la noticia de que en breve va a desaparecer la casa que durante toda nuestra vida hemos visto en el número 23 de la calle Bretón de los Herreros. Toda nuestra vida, digo, porque fuera la que fuese nuestra edad, la casa se construyó en 1893 y no conozco a nadie que haya vivido en fechas anteriores. Lejos de decir algo en esta línea, el periodista parecía más empeñado en demostrar que los trámites legales se habían cumplido rigurosamente: un arquitecto técnico pagado por la promotora UPASA SL había emitido un informe, y un arquitecto municipal había visitado exteriormente el edificio y daba su conformidad. Imbuido hasta el tuétano de espíritu administrativo, E.E. cerraba su noticia con el siguiente párrafo: “Durante la tramitación del expediente de ruina, la propiedad deberá poner los medios para evitar los riesgos a personas tanto dentro como fuera del edificio”. Es como para pedir que le echen del periódico y le contrate la municipalidad.

En sintonía con algunos funcionarios del propio Ayuntamiento de Logroño que durante los últimos veinte años han visto y asistido a la desaparición de muchos edificios antiguos sin molestarse siquiera en averiguar sus orígenes, el periodista no perdía el tiempo en mencionar, por ejemplo, que la casa objeto de su noticia fue proyectada para don Vicente García por nuestro compañero el arquitecto Luis Barrón. Y mismamente, lejos de detenerse en comentar lo novedoso que pudo ser en su tiempo una fachada todo cristal como si fuera un primitivo muro cortina, E.E. prefería rellenar su texto con los pormenores patológicos de los informes técnicos.

No es que yo tenga manía, ni mucho menos, al señor E.E. (pues no tengo el gusto de conocerle), ni que trate de desviar la pena que me da la desaparición de esta bonita y vieja casa mediante el injusto recurso de acusar al cartero. Nada que ver con eso. Lo que me interesa demostrar con el sesgo de esta nota es que la crisis de nuestra arquitectura y la crisis de la ciudad no avanzan en solitario, sino que parecen contar con el acompañamiento y la complicidad del gremio de los narradores: una pobre gente que ya sólo sabe escribir como los publicistas (véase el caso Alvarez en el LHD n38) o como los funcionarios.