miércoles, febrero 21, 2007

133. LOS MILITARES







Treinta años han bastado para olvidar que dos de los más importantes soportes sociológicos y representativos de la ciudad (de nuestra ciudad) fueron el Ejército y la Iglesia. Las estructuras de la segunda aún siguen en pie y hasta tienen un plano que ordena Logroño por parroquias, pero del primero no queda apenas ni rastro. Y lo que se ha olvidado también, es que muchas de nuestras calles, ahora ocupadas por el continuo trasiego de automóviles, fueron pensadas, usadas y celebradas, como espacios de desfiles militares y procesiones religiosas.

En esta narración a saltos de nuestra ciudad y antes de dejar atrás a Francisco de Luis y Tomás (v LHDn121), recordemos, el arquitecto que trabajó en la apertura del casco antiguo hacia su condición de ciudad burguesa (creación del eje de la calle Sagasta, ensanchamiento de Capitán Gallarza incluida la fallida propuesta de llevarla hasta la iglesia de Santiago, renovación de Portales, etc.), y antes de pasar a hablar de la ciudad de Luis Barrón, es preciso recordar que Francisco de Luis intervino también en la creación de uno de los dos grandes cuarteles que flanquearon la ciudad de Logroño durante un siglo.

Para situar estos cuarteles, desaparecidos en los setenta y los noventa del siglo pasado, sobre cuyos dos grandes solares, ay, se levantaron edificios pensados por el inefable Moneo, nada mejor que el plano de Luis Barrón de 1893, esa joya de nuestro atlas local (clickar sobre el propio plano si se quiere ver más grande). A la derecha, es decir, en el lado Este de la ciudad y un poco más al norte del primer “rosco” arquitectónico de Logroño (v LHD de ayer), puede verse un rectángulo perfecto. Es el Cuartel de Caballería, una manzana de geometría regular que daría las trazas para dos de las calles más importantes de la ciudad moderna: las actuales avenida de la Paz y avenida de Colón. A la izquierda del plano, es decir, en el lado Oeste de la ciudad, es fácil encontrar otro gran rectángulo con dos grandes patios interiores; es el Cuartel de Infantería, cuyo protagonismo futuro a la hora de confeccionar el desarrollo urbano va a ser mucho menos exitoso.

Según cuenta Inmaculada Cerrilo en su imprescindible tesis doctoral -ay, pero escrita inexorablemente en “estilo historia” (v LHDn126)-, los dos cuarteles fueron proyectados en la temprana fecha de 1854, es decir, seis años antes de que se derribasen las murallas, por el ingeniero militar Víctor Velázquez, pero tuvieron que pasar muchos años y vicisitudes para que se llegasen a construir.

Durante ese tiempo -es preciso y curioso mencionarlo también-, los ejércitos se acomodaron como pudieron en los viejos edificios conventuales (el otro soporte sociológico de la ciudad, recordemos), previamente saqueados y “desamortizados”. En la zona Este de la ciudad, el convento de San Francisco -cuyos restos se pueden ver en el plano de Barrón junto al río, aguas abajo del puente de piedra-, albergaba las tropas de Caballería; y en el de Valbuena, (fuera de la muralla, y que se ven en el plano de Barrón justo delante del nuevo Cuartel), y en de la Merced (dentro de la murallas pero junto a la puerta Oeste) se instalaron sucesivos cuerpos militares, bien de Infantería y también de Caballería, -estos últimos, porque el convento cuartel de San Francisco sufrió un incendio en 1869 y los caballos y caballeros se tuvieron que instalar junto a los infantes en la zona Oeste de la ciudad.
Bueno, pero a lo que vamos, en la construcción del Cuartel del Este, también llamado de Alfonso XII, participó nuestro Francisco de Luis y Tomás, al que teníamos hasta ahora por arquitecto de fachadas de casas y abridor de calles. La construcción comenzó en 1876, veintidós años después de que fuera pensado, y dice Cerrillo sin mostrar pruebas (es decir, planos) que “siguió de cerca” el proyecto de Velázquez. (Supongo que esos planos estarán en la cartoteca histórica del ejército en Madrid, ay ¡donde yo hice la mili!). (Disculpad tanto ay, o sea, tanto lamento, pero es que cada vez que hago historia me duelen un montón de cosas).

El segundo de los cuarteles, el del Oeste, Valbuena, Valcuerna, Infantería, Bailén, o como se quiera llamar, se empezó a construir en 1883, es decir, sólo siete años después del otro, y el proyecto lo realizó el capitán del cuerpo de ingenieros D. José Herreros de Tejada, que según cuenta Cerrillo, realizó su trabajo como “obsequio a la ciudad” (detalle militar y caballeresco donde los haya). Se inauguró en 1887, y poco después, en 1893, año del plano de Barrón, se demolieron los viejos conventos-cuarteles, y con sus piedras se empezaron a construir los pabellones de intendencia y los únicos restos que nos quedan de aquellas instalaciones castrenses: el palacete del Gobierno Militar y los dos pabelloncitos anexos.

Hace tiempo leí un artículo de Fernando Chueca Goitia en el que pronosticaba que alguna vez las ciudades añorarían sus desaparecidos cuarteles. Como todo arquitecto aficionado a la historia, Chueca era de naturaleza nostálgica. Pero los cuarteles no han desaparecido, no, sino que, ay, ay, ay, se han virtualizado: ¿o ya hemos olvidado también que esto de internet es un invento militar?