lunes, abril 02, 2007

MONEO



Un amigo lector del LHD me comentó hace unos días que había visto una foto de Moneo en la que se le veía muy decrépito (no la de arriba, ¿eh?), y me dijo algo así como que no me metiera ya más con él porque no parecía estar para muchos embates. Sin embargo en todos los periódicos de este fin de semana aparecía una vez más como el gran campeón de la arquitectura española de los últimos treinta años, y aunque los leí por encima y con desdén, como no queriendo saber más de su figura y de sus obras (de su carrerón), pensé que aún les debía una explicación a los lectores de este blog. Una explicación sobre mi desafecto con él, claro. Una explicación sencilla y conclusiva. Algo así como un epitafio que me permitiera olvidar a Moneo para siempre jamás.

Por las declaraciones que los periodistas recogían de su boca en el “feliz” acontecimiento del final de obras de la ampliación del Museo del Prado, parecía como que Moneo expresara dos sentimientos contradictorios: por un lado, y en la línea del éxito y propaganda de sí mismo, se sentía exultante por el final de una obra compleja, emblemática, significativa, etc, etc, (es decir lo mismo que siempre ha dicho toda su vida); pero por otro lado, y como vislumbrando ya su ocaso personal y profesional, decía estar dolido por la incomprensión hacia la moderación de su obra, y se relamía en el rencor que… manifestaba no tener, imaginando qué hubiera pasado si la ampliación del Prado hubiera quedado marcada por la mano de un arquitecto estrella de los de relumbrón.

Esa disyuntiva terminal del gran Moneo me remitió a los momentos iniciales de su carrera, es decir, al momento en que yo le conocí como profesor y como arquitecto del ayuntamiento de mi ciudad, es decir, al momento en que eligió la vía triunfal del éxito como “arquitecto para la historia”, en vez de la vía crítica y teórica de la arquitectura de su tiempo.

La capacidad crítica de Moneo era tan demoledora que un compañero de clase (lo recuerdo como si me lo hubiera dicho ayer) se preguntaba cómo podía ese hombre soportar un mínimo paseo por la calle sin desesperarse ante la torpeza de nuestro tiempo en materia de arquitectura. Así pues, ¡qué triste no ha sido para quien conocimos a aquel Moneo tener que leer las bobadas que ha ido escribiendo veinte o treinta años después sobre Gehry, Herzog y de Meuron y otros arquitectos del star-system para congraciarse con ellos y ser uno más entre ellos!

En aquellos mismos años, y al calor de la contracultura, el pop o las últimas esperanzas marxistas, se produjo también un importante impulso teórico que parecía querer sacar a la arquitectura del atolladero al que le habían conducido las vanguardias de comienzos de siglo y los movimientos regresivos ulteriores. Si la capacidad crítica de Moneo era impresionante, su erudición y su capacidad de seducción no lo eran menos; así que desde que vimos cómo era capaz de poner en jaque al mismísimo Aldo Rossi en un inolvidable debate en los barracones traseros de la ETSAB (ante el que Rossi concluyó diciendo, medio en broma medio en serio, que “la tendenza ha morto”), muchos de sus ingenuos admiradores pensamos que lo que cabía esperar de Moneo no era tanto una obra edificada como una sólida obra teórica.

Los treinta últimos años de la arquitectura mundial se pueden describir como el hundimiento de todo cuerpo teórico racional frente a la emergencia de las figuras (marcas) de los arquitectos estrella. Y en ese contexto, Moneo ha jugado un papel, diríase que dramático, pues aunque haya obtenido el Pritzker o el reconocimiento mundial de los historiadores, ha sido en todo momento un arquitecto lastrado por su propia capacidad crítica, por su apabullante erudición y por la deuda nunca saldada con la teoría.

Por mucho que los medios de formación de masas repitan una y otra vez su nombre como si fuera una marca más del marketing mundial de la arquitectura, todos saben que Moneo no es tan fantasma como Nouvel, ni tan novedoso como H&dM, ni tan ensimismado como Gehry, ni tan osado como Calatrava, ni tan ingeniero como Foster, etc. etc. Ha compartido con todos ellos la ambición del éxito y las portadas de los suplementos semanales, pero por lo bajo le tiene que remorder una y otra vez el obligado silencio crítico que se necesita para triunfar o la falta de tiempo para haber sistematizado y orientado el saber de su tiempo sobre la disciplina de la arquitectura.

Y si no le remuerde a él, se lo recuerdo yo: para quienes creemos que la arquitectura de comienzos del siglo XXI está falta de crítica y de teoría, y sobrada de nombrecitos, Moneo ha sido una tremenda decepción.

Y aunque aun le quedan años de vida (esto solo es un epitafio arquitectónico), tengo oído que, como a cualquier cantante o futbolista que se precie, también le ha entrado la afición por el vino para adornar su nombre con una bodega, y necesita fondos. Y en las entrevistas de ayer, decía que aún le esperan muchas obras en los Estados Unidos. Ninguna esperanza pues. Todo lo más, unas “Memorias”. Como las de un artista de cine. O como las de Bohigas.
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Sobre Rafael Moneo puede leerse también en este blog:
Un edificio abstracto
Rafael Moneo y el Ayuntamiento de Logroño
Pritzker Moneo

Las verdaderas fotos del lugar Atocha

LHDn20: DISIMULO

LHDn114: EL ESTILO PARECIDO

LHDn130: EN DIAGONAL

y en plan coña.

LHDn9: EL MINISTERIO DE CULTURA ENCARGA A MONEO I MONÍS EL PROYECTO DEFINITIVO DEL MUSEO DE LOGROÑO.
LHDn10: SATISFACCION UNÁNIME ENTRE LAS FUERZAS POLITICAS Y SOCIALES SOBRE EL NUEVO PROYECTO DEL MUSEO.
También he publicado otras cosas sobre Moneo en las revistas Elhall y Archipiélago y en el libro El Retablo de Ambasaguas, que algún día colgaré y uniré a esta relación.