sábado, abril 28, 2007

CASAS SOLARIEGAS DE LA RIOJA. LA COMUNICACION






(Presentado como comunicación al II Coloquio sobre Historia de la Rioja, este texto no fue recogido en las Actas del mismo así que vio la luz más adelante en la revista cultural “Calle Mayor”. Años después fue también editado en el recopilatorio de artículos “El Retablo de Ambasaguas”, COAR 1999. Aprovecho esta versión del blog para incluir cinco fotografías más de mi archivo).

CASAS SOLARIEGAS BARROCAS EN LA RIOJA

En el otoño de 1982 invité a mi amigo Carlos Lloret, arquitecto municipal de Logroño, a una excursión dominguera al Toloño. Como habíamos salido pronto y la barda nubosa aún cubría la cima del monte, decidimos parar en Abalos. Paseamos por sus calles dormidas y contemplamos sus casas solariegas; las contemplamos (acaso, -diré al final de mi ponencia-, ¿no es la arquitectura contemplación?) y nos hicimos mutuamente muchas preguntas que no supimos responder. Fué entonces cuando Lloret me propuso hacer un estudio sobre las casas solariegas de La Rioja. A la bajada del monte, y en respuesta a su pregunta, le llevé a Cuzcurrita.
En abril de aquel mismo año y en el transcurso del I Coloquio sobre Historia de La Rioja, había conocido a Enrique Martínez Glera, quien entonces disertó sobre la desaparecida iglesia barroca de Albelda. Por ser una de las pocas personas que había trabajado en la arquitectura barroca en La Rioja, y por juzgar que su ayuda en la labor de archivos sería imprescindible, le propuse colaborar y de inmediato aceptó.
Tuvimos reuniones, hicimos planes y salimos a los pueblos a ver y a fotografiar casas solariegas. Estudiamos con renovado interés historia, arte y arquitectura de los siglos XVII y XVIII. Hice fichas, recogí información de lo existente respecto a casas solariegas aquí y en las provincias limítrofes, e incluso alguna buena tarde salí a dibujar detalles barrocos. Desplegamos una labor interesante pero, he de anunciarlo ya, dicha labor o labores no acabaron de centrarnos el objetivo del estudio, esto es, no logramos adivinar su finalidad ni tampoco su utilidad, y de esta manera se nos desdibujó cualquier posible contenido.
Me dijo un día José María García Ruiz, antiguo director del Colegio Universitario, que había temas que antes que estudiarlos mal era preferible no tocarlos, no fuera que con ello desanimásemos a alguien mejor dotado a empreder la tarea. Como comparto su opinión, quisiera dejar claro que por lo que a nosotros respecta, el tema de las casas solariegas en La Rioja sigue absolutamente virgen y que si presento esta Comunicación no es por exhibir lo trabajado sino, por el contrario, por mostrar lo por trabajar, y en todo caso, las vías por donde trabajar. El mayor interés de esta exposición reside en su enunciado, en su título. Mi intención es simplemente definir un tema, para lo cual no haré otra cosa que reflexionar sobre metodología de investigación.

La vía muerta del arte
El primer acercamiento que se pudiera hacer al tema, la primera acotación del mismo en aras a su definición, es el que proporciona la Historia del Arte. En el repaso que J.G. Moya hizo al “Estado de la Cuestión de la Historia del Arte Riojano”, el tema de las casas solariegas ni se menciona (1). En el capítulo de Arte del s. XVIII del libro “La rioja y sus Gentes” (2), el propio Moya hace una minúscula mención de la existencia de varios grandes palacios “que engalanan los pueblos riojanos”, deteniéndose tan sólo levemente en el Palacio del Marqués de Casa Torre en Igea. Enrique Martínez Glera dedica al tema algunas líneas más en su capítulo de Arte Barroco de la Historia de La Rioja publicada por la Caja Provincial (3), si bien no pasa del ámbito de las vaguedades. Otros eruditos locales, con una terminología peredesca que les llena la boca, mencionan casonas, caserones, casas solares, solariegas, blasonadas, de rancio abolengo, e incluso hablan de casas-palacio sin aportar más datos que el de la simple mención de su existencia. Historiadores de Arte más recientes, que por discreción no mencionaré, cuando se plantan ante el tema lo máximo que alcanzan a escribir son cosas como éstas: “la puerta principal está flanqueada por tenues pilastras que lucen en su parte alta unas zapatas vegetales a modo de capitelillos. En su dintel se aprovecha el espacio para plantear un friso decorado con triglifos y rosetas a manera de metopas. Una decoración que se repite en el hueco que se sitúa a plomo de dicha puerta, que se pergueña como si se tratara de un ático de retablos rematado por frontón partido de vuelta redonda, etc. etc”; o esta otra: “es de dos pisos con el ingreso centralizado y de planta rectangular. Las ventanas van decoradas con orejas y sobre la puerta lleva un frontón triangular roto con pirámides y bolas, que son respondidas por debajo del frontón por una especie de triglifos-ménsula, etc. etc.” No sé si a Vds. les suena esto a Historia del Arte, a Arqueología o más bien a sórdido expediente burocrático propio de notaría o de museo.
Lo curioso del caso es que tras estas arduas y soporíferas descripciones rara vez encontramos los datos que realmente nos podían interesar: fechas, autores, propietarios, modificaciones, etc... Excepciones meritorias fueron las reseñas hechas por José Manuel Ramírez en las páginas de la Ventana Cultural del diario La Rioja acerca de las casas Paterna de Ollauri y del Arzobispo en Galilea (4). El Inventario Artístico dirigido por J.G. Moya no aporta apenas nada al respecto (5). En contraste con todo ello, me ha llegado ultimamente la grata noticia de que Julián Ruiz Navarro y Jesús María Ramírez se encuentran, al parecer, trabajando en la materia.

Dos enfoques desde la Historia de la Arquitectura
Con todo, decía antes, mi interés no está en la Historia del Arte, aunque la tenga por imprescindible como infraestructura de trabajo y no deje de animar a todos aquellos esforzados que logren arrancar algún dato para ella: mi interés se centra en la Historia de la Arquitectura, que como dice L. Benévolo “ya no puede entenderse como una sección de la Historia del Arte sino por el contrario, como un examen global del paisaje construido en virtud de las necesidades humanas” (6).
En este sentido, al recabar en la belleza de las casas riojanas del s. XIX y comienzos del XX, abrimos las perspectivas del posible estudio de las casas solariegas hacia el entendimiento de su propia lógica interna y por tanto de su evolución, de manera que se pudiera establecer un nexo entre los órdenes “compositivos y tipológicos” de las casas solariegas hacia delante y hacia atrás: hacia las casas del siglo XIX y hacia las escasas muestras que aún poseemos del siglo XVI.
Se presentan pues desde esta óptica dos sugerentes vías de trabajo. Una primera sería la del análisis evolutivo de las formas, o la de un estudio figurativo. Cuestión no muy complicada, aunque laboriosa, pues consistiría en catalogar toda la serie de elementos compositivos (ventanas, puertas, escaleras, cubiertas, bobarriles, cornisas, esquinas, etc.) y ponerlos en orden. Algo así como hacer una historia de los estilos, de los gustos o de la moda decorativo-arquitectónica. Las reflexiones más difíciles, sin embargo, habrían de dirigirse hacia temas como los “ecos de las formas” o los “provincianismos del arte”.
La segunda vía abierta por este enfoque evolutivo sería la del estudio tipológico. Y al hablar de tipologías arquitectónicas voy a hacer un breve excursus para aclarar el término, por cuanto que entre historiadores del Arte he visto tal confusión y tal abuso equívoco de la palabra, que me da miedo siquiera mencionarla sin explicarla: El concepto de tipología arquitectónica, según ha ido acuñándose en los últimos años por los más conocidos teóricos de la arquitectura (Aymonino, Tafuri, Pevsner, Rossi, Benévolo, Solá-Morales, etc.) hace referencia a la organización espacial y estructural de los edificios, y su definición es inseparable de la relación con las “morfologías urbanas” que las propias edificaciones generan. Pues bien, la importancia del estudio evolutivo mencionado en el enfoque tipológico reside no tanto en una cuestión cronológica y ligada a las influencias artísticas, tal y como en el caso del estudio de los elementos compositivos, sino en cuanto va a conectar a las casas solariegas con el gran tema de la arquitectura popular autóctona. Y va a conectar, esa es mi hipótesis, en su estadio más desarrollado o “vernáculo”, según la terminología acuñada por el equipo 2C en su ya célebre estudio sobre las masías catalanas (7). Si tras un detenido estudio llegásemos a la conclusión de que esta hipótesis es cierta, creo que nos encontraríamos ante una espléndida conjunción entre arquitectura culta y popular, no tan frecuente en otros tipos de casas mucho más estudiadas que las nuestras.
Las necesarias referencias a las morfologías urbanas antes aludidas, propias de todo análisis tipológico, completarían este enfoque dándonos una visión mucho más clara del carácter generalmente urbano de nuestras casas solariegas, así como una singular interpretación de la configuración de muchos de nuestros pueblos.

El método proyectual
Dentro de la propia disciplina arquitectónica y cada vez más alejados de los tradicionales enfoques de la Historia del Arte, aparece una nueva vía para la investigación que es el llamado “método proyectual”, surgido de la ruptura que el llamado movimiento moderno realizó en el modo tradicional o ecléctico de concebir la historia. Leonardo Benevolo lo ha expuesto clarísimamente: “la nueva metodología que resulta de las experiencias del movimiento moderno no es sólo un programa polémico, sino que pretende interpretar más correctamente la realidad de la arquitectura y debe conducir a una renovación de los estudios históricos para la arquitectura de todo tiempo”. En este sentido, prosigue: “la relación con la praxis contemporánea no debe considerarse una utilización a posteriori, sino el elemento constitutivo de una investigación histórica a comenzar (...); debemos utilizar la experiencia contemporánea como modelo analógico y reconstruir en los diversos momentos del pasado las mismas relaciones entre la actividad arquitectónica en su conjunto y las circunstancias económicas, sociales y culturales que la acompañan” (8).
Aquí en La Rioja, José Angel Barrio y Gabriel Moya (9) por un lado y Enrique Martínez Glera por otro (10), han hecho hincapié en sus estudios sobre el “modo de producción arquitectónica”, si bien de una manera bastante limitada y, desde luego, absolutamente ajena al tema que nos ocupa. Creo que en este campo, los estudios etnográficos, como el iniciado por Luis Vicente Elías en algunos capítulos de su Arquitectura Popular en La Rioja (11), tienen o tendrán mucho que decir.

La arquitectura viva
Más adelante, en el texto citado, el mismo Leonardo Benévolo afirma que de esta manera “se tiene que poder hacer la historia de la arquitectura como la de cualquier otro hecho, conservando el sentido de la pluralidad de valores que convergen en esta actividad, y también de su carácter limitado respecto a la totalidad de la vida social” (12). Ahora bien, ampliando este enfoque, también creemos que la historia de la arquitectura no se cierra, ni mucho menos, con su producción, sino que la arquitectura, una vez creada, pasa a ser el escenario de la vida social e incluso toma de ella su propio interés. Dice Fernando Savater que “la arquitectura me interesa solamente como decorado de peripecias escritas en la soledad extraña de las piedras” (13), y con ello, creo yo, abre un nuevo enfoque que hasta ahora ha sido seguido tan sólo por algún que otro mal poeta o periodista, o por algún que otro cronista local u oficial. La mayor parte de estos empeños no suele pasar de pequeñas reseñas periodísticas, de citas en los manuales de heráldica o, todo lo más, de alguna curiosa edición de ayuntamiento de pueblo. El ejemplo más notable por su cercanía a nuestra tierra, sería el estudio de fray Valentín de la Cruz acerca de las mansiones señoriales burgalesas centrado en los rasgos biográficos de sus dueños (14).
Un buen ejemplo que ilustraría este enfoque que, como digo, a veces resulta mucho más enriquecedor que el más exhaustivo de los análisis, podrían ser estas bellas líneas de Cadalso en sus Cartas Marruecas: “Todo lo dicho es poco en comparación con la vanidad de un hidalgo de aldea. Este se pasea majestuosamente en la triste plaza de su pobre lugar, embozado en su mala capa, contemplando el escudo de armas que cubre la puerta de su casa medio caída, dando gracias a Dios por haberlo hecho Fulano de Tal. No se quitará el sombrero, no saludará al forastero que llega al mesón aunque sea el general de la provincia. Lo más que se digna hacer es preguntar si el forastero es de casa solar conocida a fuero de Castilla, qué escudo es de sus armas y si tiene parientes conocidos en aquellas cercanías” (15).

Arquitectura e investigación como contemplación

Al final, ya lo había dicho antes, no hemos trabajado en ninguno de estos enfoques con todo lo sugerentes que se ofrecen. A pesar de lo cual no me siento apenado; y ello por dos razones: la primera, porque de este modo no hemos cerrado el paso a nadie, cumpliendo así la sentencia de José María García Ruiz, mientras que por el contrario, aún podemos animar a alguien a afrontarlo; la segunda razón, mucho más importante, porque aún dudo muy mucho de que ninguno de estos caminos nos revele los más íntimos contenidos, las más profundas realidades del tema.
Hablando de Arquitectura, Joan Isart me escribía no hace mucho: “con el sol del atardecer, la contemplación de la iglesia te restituye el concepto de la arquitectura” contemplación y, en consecuencia, reflexión” (16).
Por lo que se refiere a la Investigación, el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend escribe: “la investigación ha dejado de ser un proceso puramente contemplativo y se ha convertido en parte del mundo de las necesidades materiales, en algo que ejerce un poder nuevo sobre los hombres (...); en lugar de convertirse en un instrumento de liberación genera necesidades que son tan insaciables como las necesidades sexuales de un pervertido (...).La investigación se repliega en sí misma (o hacia la producción, -añado); sus resultados son más brillantes que nunca pero han perdido y por largo tiempo, toda posibilidad de reformar la sociedad” (17).

Final
En fin, una contemplación, una mañana de otoño en Abalos, desencadenó durante meses estas reflexiones que confío sean de utilidad, no sólo a quien se anime a abordar el tema de las propias casas solariegas, sino a quien en general investigue sobre arquitectura.


Notas

(1) J.G. Moya Valgañón. Historia del Arte Riojano. Estado de la Cuestión. I Coloquio sobre Historia de La Rioja. Cuadernos de Investigación e Historia. CUR 1984. Tomo X, fascículo 2
(2) J.G. Moya Valgañón. La Rioja y sus Genetes. Cap. 19 Arte Riojano. El barroco, del Clasicismo al Rococó. Logroño 1982
(3) E. Martínez Glera. Historia de La Rioja. Vol III. Arte Barroco en La Rioja. Logroño, 1983.
(4) José Manuel Ramírez. La Ventana Cultural del diario La Rioja, 13 de julio y 27 de julio de 1984.
(5) J.G. Moya Valgañón y otros. Inventario Artístico de Logroño y su Provincia. Madrid 1975.
(6) Leonardo Benevolo. La ciudad y el arquitecto. Ed. Paidos Estética. Barcelona, 1985, pag. 150
(7) 2C Construcción de la Ciudad n. 17 y 18. Barcelona 1981.
(8) L. Benevolo. Opus cit. pags 148-149
(9) J.A. Barrio Loza y J.G. Moya Valgañón. El modo vasco de producción arquitectónica. Los siglos XVI-XVIII. Vol. n. 10 Kobie. Grupo Espeleológico Bilbaíno. Bilbao 1980.
(10) E. Martínez Glera. Arquitectura Religiosa Barroca en el Valle del Iregua. Logroño 1982
(11) Luis Vicente Elías. Arquitectura Popular de La Rioja. Madrid 1978.
(12) L. Benevolo. op. cit. pag. 152
(13) Fernando Savater. La infancia recuperada. Taurus 1976.
(14) Fray Valentín de la Cruz. Burgos, Mansiones Señoriales. Caja de Ahorros Municipal. Burgos 1982.
(15) Cadalso. Cartas Marruecas. Citado por A. Domínguez Ortiz en Sociedad y Estado en el s. XVIII español. Madrid 1981, pag. 356.
(16) Joan Isart. Correspondencia personal. Abril 1985
(17) Paul Feyerabend. ¿Por qué no Platón?. Ed. Tecnos. Madrid 1985, pag. 20.