miércoles, abril 18, 2007

UNA CIUDAD DENTRO DE OTRA CIUDAD




(Dedicado a Susana López de Castro, funcionaria del Archivo Municipal de Logroño, quien frecuentemente me localizaba los edificios que yo le pedía, no por su numeración, sino por las tiendas que tenían debajo).

Dos arquitectos y teóricos de la arquitectura bastante distanciados en sus ideas y obras como son Christopher Alexander y Charles H. Moore, coinciden en señalar que uno de los recursos más exitosos de la arquitectura es saber cambiar de escalas en un edificio haciendo pequeños edificios (casitas) dentro del mismo. Moore elogiaba así los “edículos” interiores (la cama con dosel, la bañera enmarcada, etc.) y Alexander proponía el “patrón gabinete” o el “lugar-ventana” (que ya hemos visto en este blog) para enunciar esa misma idea. Dejo para otro día los edículos o los gabinetes porque hoy quisiera hablar de que ese mismo juego de cambio de escalas se produce tradicionalmente entre los edificios de nuestras calles y las tiendas que tienen debajo.

Estudiando la ciudad de Logroño casa a casa mientras hacía su Guía de Arquitectura, por centrarme preferentemente en la actividad de los arquitectos y sus edificios, noté varias veces que estaba pasando al lado de una historia acaso mucho más humana, espontánea y divertida como era la de la creación y desaparición de los innumerables establecimientos comerciales de la ciudad. Me pareció que es un mundo que los profesionales de la arquitectura y el urbanismo tenemos bastante ignorado y hasta despreciado, y que yo no me lo podía perdonar porque en buena parte es el mundo de los decoradores que salen de nuestra escuela. Y es que, hoy por hoy, las casitas de esa ciudad están hechas por decoradores, aparejadores, peritos industriales y hasta por los propios dueños de los establecimientos sin mayor miramiento estético que el de su interés comercial.

No quiero entrar en las luchas políticas del momento, pero el aparente caos que en algunos momentos ha producido esta espontánea ciudad dentro de la ciudad ha intentado ser controlado en varias ocasiones y varias zonas de Logroño creo que casi siempre desde el área socialista del ayuntamiento. Cuando los socialistas entran en materia estética son de temer. Y es que parecen no haber superado el modelo Mao Tse Tung. Más o menos creo que la propuesta de corte socialista consiste en que las tiendas de las plantas bajas deberán realizarse con paramentos similares a los del edificio en que se ubican para que haya una cierta unidad (uniformidad) con el mismo (véase “Normativa para bajeros” de Javier Dulín en elhAll71). Es una doctrina que incluso los antisocialistas aplican con gusto en los cascos históricos por ir de bienpensantes, por el complejo de incultos que tienen respecto de los socialistas, por lo políticamente correcto y todo eso, y que a veces no digo que esté mal, pero que llevado a sus últimas consecuencias (como es habitual) acaba por ser asfixiante.

Muchas veces, la gracia de las tiendas está precisamente en el rechazo radical a la casa grande en que se ubica. El límite entre una y otra se solía hacer patente mediante la pieza de la marquesina, que los más nostálgicos y kitsch convertían hasta en tejadito propio. Prohibidos ahora estos voladizos por distintas y sucesivas normativas, su papel diferenciador lo suelen desempeñar unos rótulos de colores estridentes y llamativos o incluso algunos toldos. Por otro lado, las puertas y las ventanas (escaparates) de las tiendas rara vez se han diseñado pensando en los huecos de los huecos domésticos de los pisos superiores, y es que, funcionalmente, nada tienen que ver.
Aunque Alexander no traía este tema relacionado con el “patrón gabinete”, sí que hizo hincapié en todo este pequeño mundo arquitectónico en patrones tales como “Tiendas de propiedad individual” (87) o “El colmado de la esquina” (89). Los transcribo resumiéndolos un poco:

“Cuando las tiendas son demasiado grandes o están controladas por empresarios ausentes, se hacen abstractas. Haga todo lo posible por estimular el desarrollo de tiendas de propiedad particular. Conceda licencias para negocios sólo cuando éstos sean de propiedad de aquellas personas que realmente trabajen y dirijan la tienda” “Dote a cada vecindad con al menos una tienda de comestibles y sitúelas preferentemente en la esquinas, por donde pasan muchos transeúntes”.

Si alguno de estos establecimientos son además talleres de trabajo, las tiendas se convierten en auténticos espectáculos de aprendizaje. En el patrón “abrirse a la calle” Alexander cuenta:

“Pasábamos ante el taller todos los días, camino desde la escuela. Era un taller de muebles y nos quedábamos parados ante la puerta viendo cómo los hombres hacían sillas y mesas, formaban patas con el torno y hacían volar el serrín. Había un murete y el capataz nos dijo que no lo pasáramos; pero nos dejaba estar allí, y allí estábamos a veces durante horas".

La ciudad de las pequeñas tiendas y talleres da a la gran ciudad una escala humana que ésta ha perdido definitivamente con las viviendas en masa. No es lo más importante la estética de estas pequeñas tiendas (que también), sino su tamaño. Más que una ciudad dentro de otra ciudad, hasta se podría decir que hoy en día configuran una ciudad que salva a la otra ciudad.