lunes, marzo 17, 2008

CIERTAS CUITAS SOBRE LA CIUDAD INCIERTA


(Un entusiasta lector del librito que bajo el título que arriba figura editó Julián Lacalle en sus Pepitas de Calabaza, me ha pedido que también cuelgue en la red la Presentación que hice del mismo. Este agradecido lector llamado Juan Manuel Grijalvo, vive en Ibiza, tiene una “website” en la que, junto artículos suyos, noticias y enlaces de todo tipo, va colocando todos los textos y autores que le interesan, http://www.grijalvo.com/ y allí que me veo. Como los doce artículos que conformaron este librito están en Una Voz en un Lugar, pondré también en su índice el link a este post para que de alguna manera esté aquí localizable. No es que sea un texto que me entusiasme, pero diciendo cosas siempre se nos escapa alguna verdad y va alguien y las recoge. Muchas gracias, Juan Manuel, por encontrarlas y hacer eco de ellas).

Presentación

Contrariamente de lo que se piensa, los libros no los hacen los escritores sino los editores. A lo sumo, los autores que figuran en la portada suministran el grueso del texto, igual que los fabricantes de ladrillos ponen los materiales de las casas –aunque en el caso de éstos nadie dice que son ellos quienes hacen las casas.

En los libros de mucho fuste y ringorrango la Presentación corre a cargo de alguna egregia Personalidad que bendice al editor a la vez que echa un hisopazo sobre el escritor. Pero como sé que el modesto editor de este libro busca las bendiciones en los lectores y no en los renombrados presentadores, me arrogo la labor de presentación, no tanto para restar protagonismo al editor como para hacer la declaración con la que he empezado, esto es, que los libros los hacen los editores y no los escritores; y más que nunca en este caso.

Durante mucho tiempo cometí el error de creer que la escritura en los periódicos tenía algún sentido, y me di a ello con inusitada ilusión. Suponía que la inmediatez de la prensa serviría para que mis palabras, mis razones o mis opiniones entrasen en diálogo a un nivel superior al que lo hacen en la conversación o, dado las pocas conversaciones interesantes que logro tener en mi ciudad, para que entrasen de algún modo en conversación. Pero los periódicos hacen de los artículos que uno envía gratuitamente poco menos que material de relleno entre los anuncios y las noticias de actualidad, que son los contenidos que, por ese orden, interesan de verdad, no sólo a los editores, sino también a los lectores. He tardado mucho tiempo en darme cuenta de que al mezclarse en los periódicos los anuncios, las noticias de actualidad y las opiniones, y al dar igual tratamiento y valor a las opiniones de quien las quiere confrontar que a las de quien las quiere imponer, la prensa es el medio idóneo para el ahuecamiento de las palabras y el nihilismo verbal, o dicho de otro modo, para el uso de la palabra en la función unívoca del adoctrinamiento y el adocenamiento de las masas. Para quien esté interesado en el asunto le señalaré que la clave puede que esté en el uso y redacción de los titulares.

Sólo cuando me convencí de lo nefasto e inútil que era escribir para los periódicos se me ocurrió intentar salvar algo de lo ya escrito juntándolo en libros. Agrupé por temas los que yo creía que eran mis mejores artículos y lo envié a las editoriales nacionales. Pero el error me seguía persiguiendo: el que sabe hacer ladrillos no sabe hacer casas. Así que, independientemente de la calidad de los artículos (que por lo general gustan bastante), la agrupación que yo hice con el nombre de Una Voz en un Lugar, no le ha convencido hasta la fecha a ningún editor. (La otra agrupación de artículos que publiqué en forma de libro con el nombre de El Retablo de Ambasaguas no tiene mérito porque me lo editó el Colegio de Arquitectos al que pertenezco para devolverme el favor de haberlo dirigido durante un par de años).

Es por ello que celebro y estoy encantado de que un editor entusiasta me pida ahora doce de mis artículos para confeccionar un librito. No tengo ni idea de por qué ha escogido estos doce de entre los casi doscientos artículos que he escrito y publicado en los últimos veinte años, pero sus razones tendrá.

Lo cierto es que ahora conforman ya un libro y eso les rescata definitivamente de la nada a la que la prensa les condena, no sólo con el periódico del día siguiente, como usualmente se dice, sino tal y como aquí decimos, mediante el batiburrillo del propio periódico en que se publica.

Pero también los libros tienen algún inconveniente. El más serio, a mi juicio, es que adquiera vida propia, esto es, que se aleje del autor. Si para ser humana (y no divina) la palabra ha de ser palabra-en-diálogo, la autonomía propia y consustancial del libro convierte fácilmente a éste en un producto de editor o (aún peor) en la obra de arte de un artista (un dios).

A Dios gracias (adios, gracias) ni Julián pretende ser un productor ni yo un artista, así que, dado que el lector no tiene un periódico en las manos, estamos todos salvados.

Logroño, 4 de febrero del 2002